Fray Bartolomé De Las Casas
[...]
surge
una luz antigua, suave y dura como un metal, como
sorge una luce antica, dolce e dura come un metallo, come
un
astro enterrado. Padre Bartolomé, gracias por este regalo
un astro sotterraneo. Padre Bartolomè, grazie per questo regalo
de
la cruda medianoche, gracias porque tu hilo fue invencible:
della crudele mezzanotte, grazie perchè il tuo filo fu invincibile:
[...]
[...]
Eras realidad entre fantasmas encarnizadas, eras
la
eternidad de la ternura sobre la ráfaga del castigo.
[...]
Hoy
a esta casa, Padre, entra conmigo.
Te
mostraré las cartas, el tormento de mi pueblo, del hombre perseguido.
Te
mostraré los antiguos dolores.
[...]
Toqui CaupolicánEn la cepa secreta del raulí creció Caupolicán, torso y tormenta, […] Supieron que la hora había acudido al reloj de la vida y de la muerte. Otros árboles con él vinieron. Toda la raza de ramajes rojos, todas las trenzas del dolor silvestre, todo el nudo del odio en la madera. Caupolicán, su máscara de lianas levanta frente al invasor perdido: no es la pintada pluma emperadora, no es el trono de plantas olorosas, no es el resplandeciente collar del sacerdote, no es el guante ni el príncipe dorado: es un rostro del bosque, un mascarón de acacias arrasadas, una figura rota por la lluvia, una cabeza con enredaderas. De Caupolicán el Toqui es la mirada hundida, de universo montañoso, los ojos implacables de la tierra, y las mejillas del titán son muros escalados por rayos y raíces. Pero Caupolicán llegó al tormento. Ensartado en la lanza del suplicio, entró en la muerte lenta de los árboles. […] El Toqui dormía en la muerte. Un ruido de hierro llegaba del campamento, una corona de carcajadas extranjeras, y hacia los bosques enlutados sólo la noche palpitaba. No era el dolor, la mordedura del volcán abierto en las vísceras, era sólo un sueño del bosque, el árbol que se desangraba. En las entrañas de mi patria entraba la punta asesina hiriendo las tierras sagradas. La sangre quemante caía de silencio en silencio, abajo, hacia donde está la semilla esperando la primavera. Más hondo caía esta sangre. Hacia las raíces caía, Hacia los muertos caía. Hacia los que iban a nacer. XV LAS HACIENDAS
La tierra andaba
entre los mayorazgos
de doblón en doblón, desconocida, pasta de apariciones y conventos, hasta que toda la azul geografía se dividió en haciendas y encomiendas. Por el espacio muerto iba la llaga del mestizo y el látigo del chapetón y del negrero. El criollo era un espectro desangrado que recogía las migajas, hasta que con ellas reunidas adquiría un pequeño título pintado con letras doradas.
Y en el carnaval tenebroso
salía vestido de conde, orgulloso entre otros mendigos, con un bastoncito de plata.
Pablo Neruda
(1904 -1973) Chileno.
XXI
SAN MARTÍN (1810)
ANDUVE, San Martín, tanto y de sitio en sitio
que descarté tu traje, tus espuelas, sabía que alguna vez, andando en los caminos hechos para volver, en los finales de cordillera, en la pureza de la intemperie que de ti heredarnos, nos íbamos a ver de un día a otro.
[…]
Te galopamos, San Martín, salimos amaneciendo a recorrer tu cuerpo, respiramos hectáreas de tu sombra, hacemos fuego sobre tu estatura.
Eres extenso
entre todos los héroes.
[…]
Tu abarcaste en la muerte más
espacio.
Tu muerte
fue un silencio de granero.
Pasó la vida tuya, y otras vidas, se abrieron puertas, se elevaron muros y la espiga salió a ser derramada.
[…]
XXVII
GUAYAQUIL (1822)
CUANDO entró San Martín, algo nocturno
de camino impalpable, sombra, cuero, entró en la sala. Bolívar esperaba. […]
Las palabras abrieron un sendero
que iba y volvía en ellos mismos. Aquellos dos cuerpos se hablaban, se rechazaban, se escondían, se incomunicaban, se huían.
San Martín traía del Sur
un saco de números grises, la soledad de las monturas infatigables, los caballos batiendo tierras, agregándose a su fortaleza arenaria. Entraron con él los ásperos arrieros de Chile, un lento ejército ferruginoso, el espacio preparatorio, las banderas con apellidos envejecidos en la pampa.
Cuanto hablaron cayó de cuerpo a cuerpo
en el silencio, en el hondo intersticio. No eran palabras, era la profunda emanación de las tierras adversas, de la piedra humana que toca otro metal inaccesible. Las palabras volvieron a su sitio.
Cada uno, delante de sus ojos
veía sus banderas. Uno, el tiempo con flores deslumbrantes, otro, el roído pasado, los desgarrones de la tropa.
Junto a Bolívar una mano
blanca
lo esperaba, lo despedía, acumulaba su acicate ardiente, extendía el lino en el tálamo. San Martín era fiel a su pradera. Su sueño era un galope, una red de correas y peligros. Su libertad era una pampa unánime. Un orden cereal fue su victoria.
Bolívar construía un sueño,
una ignorada dimensión, un fuego de velocidad duradera, tan incomunicable, que lo hacía prisionero, entregado a su substancia.
Cayeron
las palabras y el silencio.
Se abrió otra vez la puerta, otra vez toda la noche americana, el ancho río de muchos labios palpitó un segundo.
San
Martín regresó de aquella noche
hacia las soledades, hacia el trigo. Bolívar siguió solo. |
mercoledì 20 novembre 2013
Neruda Canto General
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